La Luna se enamoró del Cielo, el Cielo se enamoró de la Tierra, y se casó con ella.
La Tierra tuvo un hijo, el Trueno, que dejó al cuidado de la Luna, mientras ella disfrutaba del cielo. La Tierra tuvo un segundo hijo, el Agua, quién como su hermano mayor, estuvo al cuidado de la Luna.
El Cielo con el tiempo empezó a conocer mejor a la Luna, y se dio cuenta que la Luna estaba enamorada de él, y le concedió la gracia de un hijo.
Para ser presentado éste a la Tierra se le dijo que era el hijo del trueno, el Viento.
El Viento estaba cobijado por el Trueno y la Luna además de la Tierra, por considerarlo de su naturaleza.
La Luna concibió otro hijo, el Fuego; esta vez le tocó al Agua presentarle a la Tierra al Fuego como su hijo. Este fue mal criado por la Tierra y el Agua, y la luna no lo pudo proteger.
Este último acontecimiento excitó a la Tierra, y el Cielo para calmarla le ofreció la idea de concebir otro hijo. Pero no terminaba de calmarse la Tierra, provocando la ira de sus hijos:
El Trueno y el Agua, que crearon y provocaron la lluvia, la cual guiada por el Viento perseguía al Fuego con la macabra intención de hacerlo desaparecer de la faz de la tierra.
El Cielo tuvo entonces otra idea, esta vez la Tierra se calmaría, le propuso concebir una fémina y le llamaría " Montaña". Ésta seria alta y la Tierra se encargaría de hacerla hermosa.
A la Tierra le agradó la idea de algo tan nuevo para ella como una hija, la mimaría y la haría muy hermosa para poder reflejarse en ella.
Todo parecía volver a su cauce, para regocijo del Cielo, éste nuevo miembro de la familia por ser femenino, despertó entre sus hermanos la curiosidad y con ella amabilidad, hasta el pobre Fuego dejó de ser el punto de mira de las gamberradas de sus hermanos.
El Cielo visitaba a la Luna muy a menudo, ésta lo bañaba en un mar de tranquilidad y sosiego. La Luna no podía reprimir la idea de tener también un hijo femenino y así se lo hizo saber al Cielo, pero éste se negaba en rotundo; se daba cuenta que se pillaría los dedos si accedía, la primera fémina despertó sensibilidad, la segunda despertaría todo lo contrario.
" He dicho no y no me harás cambiar de parecer".
La Montaña era mimada por la tierra y sus hermanos, le daban todo lo que quería. La Luna envidiaba con tristeza al cariño que le daba la madre a la hija. , Y de nuevo rogó al Cielo; y éste se volvió a negar y la Luna rompió a llorar, el Cielo se afligió y se le ocurrió otra idea.
La Luna tendría un hijo, éste viviría en la montaña y así podría conquistarla y casarse con ella, ganando la Luna una hija.
La Luna se resignó y optó por dar como buena la idea del Cielo, este nuevo hijo seria su posibilidad y con ella nacería la esperanza.
El tercer hijo de la Luna se llamó lago. El Cielo le dio cobijo en la Montaña ocultándolo a través del Agua, que no puso ningún reparo por el cariño que le tenia a la Luna, y por el respeto hacia su padre, éste confiaba en él para que le ayudase a crecer y algún día conquistaría la Montaña.
Así el Cielo se convirtió en el patriarca de una gran familia.
La familia por si sola era una nada, pero una nada muy particular, era la nâda del cielo y este entendió que nâda, era porque surgió de lo imprevisto, imprevisto cuanto desordenado.
En afán de hacer surgir de la nâda un valor en sí misma, creó una ley con intención de ordenar el movimiento de la nâda, dándole un espacio, una velocidad y un tiempo determinado a cada miembro de la familia.
Al Viento le dio el don de la disolución, y surgió lo suave y penetrante.
Al Agua le dio el don del humedecimiento, y surgió lo abismal y peligroso.
Al Fuego le dio el don del calentamiento, y surgió lo luminoso y adherente.
Al Trueno le dio el don del movimiento, y surgió lo suscitativo y movilizaste.
A la Montaña le dio el don de la detención, y surgió el aquietamiento.
Al Lago le dio el don del regocijo, y surgió lo sereno y regocijante.
A la Tierra le dio el don de la conservación, y surgió lo receptivo y abnegado.
El Cielo tenía el don del dominio, e hizo surgir lo creativo y fuerte que llevaba dentro.
Así el Cielo y la Tierra determinaron la dirección, son el eje de la orientación.
La Montaña y el Lago mantienen la unión de sus fuerzas, y su relación es:
El Viento sopla desde la Montaña hasta el Lago, y las nubes y brumas ascienden desde el Lago hacia la montaña.
El Trueno y el Viento se excitan mutuamente y se refuerzan al surgir.
El Fuego y el Agua no combaten entre sí; en el mundo de los fenómenos manifiestan un antagonismo irreconciliable, pero en las relaciones premundanas sus efectos no se perturban mutuamente, sino que se sostienen en reciproco equilibrio.
Así lo que en principio fue una intención de ordenar el movimiento se convirtió en un valor en sí mismo; el movimiento como principio y como principio el valor de su fuerza para crear movimiento.
Quedó constituida la ley, esta se hizo eterna creándose la vida en la Tierra y con la vida nació la Eternidad. Y la ley con la Eternidad se convirtió en ley divina. El movimiento de la Eternidad hace que se manifieste la vida al surgir en el signo de lo suscitativo; hace que todo sea pleno en el signo de lo suave; deja que las criaturas se perciban mutuamente con la mirada en el signo de lo adherente; hace que mutuamente se sirvan en el signo de lo receptivo; da alegría en el signo de lo sereno.
Lucha en el signo de lo creativo; se afana en el signo de lo abismal; y lo lleva a la consumación en el signo del aquietamiento.
Y así fue como vivió nuestra naturaleza una bonita historia de Amor, historia que se conoce en todo el universo, porque la Tierra es el planeta más bonito de todos los que existen.
Chynotaw O’hara.